John Frederick Lewis (Londres, 14/07/1804 – Walton on Thames, 15/08/1876) fue el pintor ingles que se especializo en representar escenas del Oriente y el Mediterráneo. Utilizo como técnica la acuarela.
Lewis vivió en España entre 1832 y 1834. En Madrid se dedico a copiar grandes pinturas del Prado en acuarela. Después vivió en Toledo y luego en granada, donde pasaba gran parte de su tiempo en la Alhambra, dibujando su arquitectura. La última ciudad de su periplo español fu Sevilla, donde quedo impresionado por la Semana Santa y sus procesiones. En Andalucía conoció al famoso bandolero José María El tempranillo a quien retrato.
Me llamo John Frederick Lewis, soy pintor y he venido aquí para retratar a un hombre que no existe, de la misma manera que existen las almas y las fronteras.
Estoy en el palacio de los Monsalves, la residencia de mi amigo Richard Ford en Sevilla. Desde que llegue, tanto el cómo su mujer Sara, no han cesado de hablar de José María Hinojosa, el Tempranillo, un bandolero que según me cuentan es el rey de los bandidos de Andalucía. A medida que les oigo descubro que no estoy aquí por casualidad. He venido para retratar a ese hombre que apenas nadie conoce pero que todo el mundo habla.
Oigo las palabras de mi amigo y voy embozando la imagen y el alma del desconocido; porque los pintores no solo dibujamos el aspecto físico sino que tanbien nos colamos en el interior de las personas para reflejar aquello que no se aprecia a simple vista.
Mi amigo me habla, con mezcla de temor y admiración, del hombre que se inicio muy pronto en el contrabando, de ahí su apodo, dedicándose a engañar y ajustar cuentas a quienes se dedican a mentir y robar públicamente, bajo el amparo del poder; por eso es también recibido por las clase populares. Me dice que el territorio de Andalucía le pertenece y que extiende pasaportes para facilitar el tránsito a ciertos viajeros por las tierras que gobierna, sin que sean molestados por algunos de sus compañeros. Nadie puede pasear tranquilo sin su consentimiento, como si al traspasar el umbral de su país, suyo en todos los sentidos de la palabra, profanara la intimidad del hogar.
No es fácil retratar una leyenda, sobre todo cuando nadie lo ha hecho antes. No hay dibujo de José María, el Tempranillo. Nunca ha permanecido quieto delante de un pintor, le ha faltado paciencia, o tal vez tiempo, o simplemente no ha querido. Un hombre que nadie ve, un hombre que no figura reflejado físicamente en ningún lado, es un hombre que no existe.
Para alguien como yo, que me dedico a atrapar instantes de la vida, un personaje así reúne todos los alicientes para convertirse en una obsesión.
Hoy, 6 de marzo de 1833, cuando el hombre que quiero pintar tiene la edad del siglo, mi amigo loa ha invitado a que visite esta casa.
(Realmente José María Hinojosa el Tempranillo, no tenía 33 años cuando se retrato sino 28 Años).
Richard Ford obtuvo, a través de un intermediario, el seguro del bandolero para transitar libremente por su territorio. Tampoco lo conoce, lo más cerca que ha estado de él fue a una milla de distancia, en el trayecto de granada a Sevilla, cuando creyó verlo por la mañana temprano en lo alto de una colina, al mando de un grupo de hombres; desde allí el tempranillo los vigilaba y protegía. Un hombre capaz tanto de pasar inadvertido como poseer el don de la ubicuidad, porque son muchos los testigos que lo han visto el mismo dia y a idéntica hora en lugares diferentes.
Dicen también que de tanto moverse desaparece, como esos bailarines que dan vueltas cada vez más rápido, hasta que la propia velocidad provoca el espejismo de la quietud. Nos fácil retratar a un bandolero que viven huyendo y asaltando el presente, sobre todo porque me dedico a pintar el alma de los modelos y las cosas del alma necesitan su tiempo.
Conozco el riesgo que asumo al elegir para mis cuadros personajes que no existen. No pertenezco a esa clase de pintores oportunistas, funcionarios del arte, que pasan el dia en la corte dedicándose a pintar reyes que siempre están parados, hieráticos bajo su cetro, aprisionados por el compromiso del poder, tan opuestos al Rey de los bandidos.
Cuando consiga retratar a José María, el tempranillo, me acusaron de falsificar su imagen, porque el hombre del dibujo no sera nadie, aunque certifiquen su parecido con el bandolero los que aseguran haberse cruzado con el por algún camino solitario, quienes lo han visto asaltando diligencias o le han pagado dinero para proseguir su camino en paz.
Dudaran de la autenticidad del retrato porque piensan que nadie puede conocer su rostro, porque engaña a los propios testigos; como el doble que escapa del lugar donde permanece rodeado para llamar la atención de los cazadores y obligarlos a perseguirlo, mientras el hombre que realmente buscan se fuga por la ventana trasera. Y los espectadores de mi cuadro pondrán en duda, incluso, las declaraciones de quienes aseguran haberlo tenido delante de ellos en diversas ocasiones, porque saben que el miedo nubla la vista de los testigos, los confunde, y luego se contradicen al definir el color de los ojos del tempranillo, su manera de andar o la ropa que llevaba puesta, dudaran hasta de la palabra de sus vecinos de Jauja, que lo vieron crecer y a menudo reciben su visita.
El pintor debe apresar con la mirada el alma del modelo. No es una tarea fácil, porque hay personas que viven en continuo movimiento. El alma de los bandoleros es lo único que permanece parado dentro de su inquietud.
Pretendo retratar a un hombre capaz de escaparse hasta de los cuadros. ¿Cómo vislumbrar su alma si apenas da tiempo a mirar sus ojos?
Para conseguir un buen retrato es preciso mirar fijamente a los ojos del modelo, como el reptil antes de capturar la presa, hasta que se produce ese instante mágico de complicidad en que pintor y modelo, agresor y víctima, parecen estar muertos. En ese instante preciso el pintor ha de apresar al modelo, porque de lo contrario se escapa como la presa del reptil. Un instante hipnótico, donde no se sabe quien hipnotiza a quien.
Durante ese breve periodo de tiempo los protagonistas de la acción se descubren mutuamente, como si la mirada pudiera caminar y sus pasos se colaran por los ojos del otro hasta llegar al alma; una imagen desnuda que el pintor habrá que definir antes de que se esfume, porque enseguida huira la presa y se difuminara la fantasía para ceder paso a la realidad.
¿Qué misteriosa complicidad se produce en ese breve espacio de tiempo en que las dos miradas se encuentran por primera vez y ultima vez en su vida? Esa es la historia misteriosa e inquietante del dibujo. Yo recorrí miles de kilómetros para alcanzar ese momento de gloria, viaje para visitar un palacio donde me esperaba un hombre invisible con el propósito de que lo dibujara.
Ahora la fantasía se vuelve real. El bandolero posa de perfil, la cabeza ligeramente echada adelante, mira a Sara con la melancolía de quien de quien sabe que jamás podrá amar a una mujer como ella, porque la vida del bandolero también exige tributos. Mira con sus ojos grises los ojos negros de la mujer de Richard Ford y ese encuentro quedara instalado para siempre en su memoria, rememorara la calidez de ese momento cuando el frio de la sierra le hiele el alma; de alguna manera el bandolero ha raptado a la dama, como yo estoy haciendo con él al dibujarlo.
Dibujo el pelo negro, las anchas patillas, la nariz grande, fina y puntiaguda, la boca pequeña, los delgados labios, la barbilla sumida y redondeada. Trazo un ligero esbozo de la camisa y el chaleco. Pinto el alma de un bandolero que reina en un pais de fronteras invisibles.
Aquí está la mitad de un rostro que nadie antes había pintado. La mitad de una vida, porque aunque yo me empeñe en pintar el alma, es el cuerpo lo que permanece en los cuadros. La inmortalidad de los cuerpos sólo existe en los cuadros, mientras el alma desaparece. Me gustaría demorar el final, no acabar el dibujo, retener al bandido aquí, en este palacio de Sevilla.
Desearía prolongar el presente, paralizar el tiempo, quedarme con su mirada instalada en los ojos negros de Sara, ella es dueña de su corazón.
A partir de hoy, 6 de marzo de 1833. El mundo entero conocerá la imagen de José María, el Tempranillo.
Fuente: Fundación para el desarrollo de los pueblos de la Ruta del Tempranillo
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