Las hojas del otoño flotan sobre tu brisa y caen en el estanque solitario del alma. Un dolor de ser otros parece que nos pesa como unas rotas alas.
(Acaso nunca el hombre es él mismo.) Escuchamos la voz honda del tiempo, la palabra del tiempo que en los labios cobrizos del otoño pone su dejo antiguo, su amarillez, y pasa.
Escuchamos el tiempo pasar: es un rebaño invisible que pisa por la hierba mojada; es una larga ronda de vientos tañedores entre las flautas rojas de las ramas;
es una herida queja de líquidos metales por fugitivos corazones de agua. Escuchamos el tiempo y apretamos los párpados y sentimos el tiempo en nuestras lágrimas.
El otoño que arde con su lumbre de gloria presta a las cosas luz misteriosa y dorada; toda la tierra tiene una triste hermosura como una dulce evocación de infancia.
También otoño el corazón nos dora y sus hondos paisajes nos enciende en el alma y nos sentimos tiempo transitando, fundida nuestra amarilla cera en las hermosas brasas.
Caminamos pisando un corazón de hojas. Pisando lentamente una esperanza. Y miramos al cielo. Y abatimos la frente. Y decimos: -Mañana.