Eran años de posguerra en los que la penalidad o el hambre eran el pan nuestro de cada día y una familia badolatoseña “los Barrabales”, refleja lo que bien podría ser el día a día de cualquier casa en aquellos entonces.
Me contaba mi padre que en una familia vecina, como otras muchas del pueblo, la cena era todo un lujo. Con suerte a tres litros de agua se le echaba un puñadito de garbanzos y un hueso que tenían amarrado de una guita, a modo de una bolsita de manzanilla, lo sumergían tres veces y si se equivocaba contando y lo metía cuatro veces, esa noche el caldo les parecía sabroso.
Uno de los hijos, el más avispado, le decía a la madre: Oma, ¿Por qué no mete el hueso la abuela? ¡Claro…!. Es que la pobre padecía de mal de Parkinson…
Una vez, el patriarca de la familia Barrabás tuvo una semana de suerte. Le salió un trabajo por cuenta y consiguió reunir un duro, (cinco pesetas), (tres céntimos de euro na menos).
Feliz y contento, de camino a casa con tal fortuna en su bolsillo, no quiso dejar pasar la ocasión, por una vez y sin que sirva de precedente, de hartar de comer al chorro de gañanes que tenía en casa y se dejó caer por el matancero para comprar un kilo de tocino.
Llegó a casa lleno de felicidad y dijo con entusiasmo: Niños, hoy, por fin…, vais a saber lo que es un tropezón en la sopa y que el caldo, en verdad, tiene un color blanquecino y no transparente que se vea el fondo del plato. Aquí os traigo un pedazo de tocino que no se lo saltan ni un galgo.
Después de la gran impresión que se llevaron la mujer y los niños, fue cerrar toda ventana o puerta que dejara escapar el aroma de tal manjar, no vayan a apuntarse vecinos indeseados a tan magno festín.
Esos niños eran de culillo de mal asiento y difícilmente les era posible a esos padres tenerlos entretenidos en casa, pero ante la curiosidad de ver, cómo se hace algo caliente que llevarse al estómago, todos se quedaron pasmados viendo la olla hacer su función, ya que siempre la habían visto como un mero artefacto decorativo colgado al lado de la chimenea.
Cuando empezó aquella olla a echar los primeros vaporcillos, la casa se impregnó de un olor que a los gañanes les provocaban sus glándulas salivares casi el ahogo, aun así, ninguno era capaz de quitarle la vista a las gorgoritas blancas que provocaba el hervor del agua del Genil con el trozo del pobre gorrino, que unos días antes miraba al carnicero con cierto mosqueo, no con poca razón.
La luz eléctrica era cosa nueva en aquellos tiempos y la verdad es que no gozaba de demasiada eficacia. La noche se iba acercando junto a unos relámpagos que se veían a lo lejos. Las criaturas estaban ya desesperadas por descubrir qué era un tropezón en la sopa, mientras el sonido de sus tripas se tornaba insoportable y en el suelo se estaba formando un charco de esa saliva, que por muchos lengüetazos y relamidas que pegaban, no les daba tiempo a controlar en esos cientos de veces que repetían: Omaita, ¿le falta mucho a la olla…?
De pronto se escuchó un potente trueno que duró cinco segundos, los mismo que la luz desapareció de aquella humilde casa. Cinco segundos que dieron lugar al enigma por excelencia de nuestro querido pueblo. Tras esos cinco segundos sólo se vio la olla con un movimiento oscilante y el kilo de tocino desapareció como arte de magia y hoy por hoy, sesenta años después no se ha averiguado quién fue el autor de aquella proeza.
¿Cómo, a cien grados de temperatura, alguien mete la mano en la marmita, se lleva el tocino y lo hace desaparecer, comiéndoselo entero, sin decir ni “MU”? Es que el hambre hace despertar el ingenio del más pintao...
Con este caso alucinaría Iker Jiménez, el de Cuarto Milenio, pues misterio como éste no va a pillar en ninguno de sus programas. Aquí en Badolatosa todavía nadie ha descubierto al genio que protagonizó tal hazaña.
Aquel hecho, totalmente verdadero, dejó en nuestro pueblo un dicho: “Esto es como el tocino de Barrabás”. Esta frase se dice cuando ocurre algo imposible de resolver.
En nuestro pueblo hay muchos más dichos, que vienen de hechos reales ocurridos a familias o paisanos nuestros y que ahora se me vienen a la cabeza algunos como:
Esto es el lio de las Paquitas. Ves menos que la polla Vitos. Esto es la teta la Birra y muchísimos más. No estaría mal que se contaran aquí de donde vienen estos dichos, porque de muchos se aprenden muchas cosas, pues de ellos se sacan grandes moralejas y es un patrimonio nuestro que no se debería perder.